Comunicación Nº: 001 English version English version

Adenocarcinoma de estómago tras tratamiento de un linfoma no Hodgkin ganglionar de bajo grado

Marcial García Rojo, Jesús González, Ana Morillo, Jesús Martín

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INTRODUCCIÓN

El tratamiento actual de cáncer con quimioterapia y radioterapia ha de ser con frecuencia intensivo. Se piensa que ello ha favorecido la obtención de supervivencias más prolongadas, aunque también ha suscitado la preocupación por la posibilidad de inducción de segundos tumores en los pacientes sometidos a esos tratamientos.


Es bien sabido que los pacientes con algunos tipos de tumores como el carcinoma de endometrio o de ovario padecen un riesgo mayor que la población general de desarrollar de neoplasias subsiguientes como el carcinoma de mama (1,2). Este riesgo aumentado podría estar aumentado tras algunos regímenes terapéuticos. Así, en el caso del tratamiento por linfoma, se ha descrito una mayor incidencia de leucemia mieloide aguda, de hasta un 5%, tras tratamiento combinado de quimioterapia y radioterapia (3,4).


Es bien sabido que los pacientes con enfermedad de Hodgkin tienen una mayor incidencia de neoplasias secundarios como leucemias, sarcomas y tumores del sistema nervioso central (3,4,5,6), pero los carcinomas no son tan frecuentes (4,5,7,8). En los linfomas no Hodgkin la asociación de segundos tumores, sincrónicos o metacrónicos, no es tan frecuente (9,10). La mayoría de estos segundos tumores en los linfomas no Hodgkin son carcinomas de próstata, riñón o colon (11).


Aunque la asociación de un linfoma de estómago y un adenocarcinoma gástrico ha sido bien estudiada (7,9,12), hay muy pocos estudios que analicen la asociación de un linfoma no Hodgkin de asiento ganglionar y un adenocarcinoma de estómago (13,14,15). En estos casos, la incidencia de neoplasias epiteliales es tan baja que es difícil distinguirla del riego a que está sometida la población general (5).


La asociación de segundas neoplasias en los pacientes tratados por linfomas da lugar a ciertos problemas, como la posibilidad de que el tratamiento con quimioterapia y o radioterapia en sí jueguen un papel en el desarrollo de segundas neoplasias o en que éstas siguen un curso más agresivo; y, por otro lado, el difícil manejo que supone un/una paciente que incluso puede estar curado de su linfoma y posteriormente se presenta con un nuevo tumor.


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