Polo
Montañez: guajiro natural
Polo Montañez,
el campesino músico que se convirtió en ídolo
de hoy para mañana, podía
pasar solo hasta las doce del mediodía y dar la impresión
de ser un hombre solitario, hasta que llegaran el hijo o las
sobrinas, o un viejo vecino pasa a saludarlo, y entonces entraba
en su estado predilecto.
En una típica
casa humilde donde aún se cocina con leña, el
autor de la popular: Un montón de estrellas, se sentía
casi en estado de gracia, rodeado de un hijo, la nuera, dos
nietas, y un periodista obsesionado en observarlo en sus costumbres
de campesino rudo, que parecían intactas a pesar de la
fama y aviones.
Sin embargo, Polo
Montañez, aunque ofrecía una imagen de tipo autoritario,
era la sencillez inimaginable con una armazón de hierro
que perdía apenas empezaba a conversar, incluso con un
desconocido. Una hora a su lado dejó ver un alma noble
y sensible, que llevaba a cuestas sus recuerdos como el camello
carga con sus jibas.
Polo, como lo llamaban,
era franco, constantemente perseguido con la vista por la gente.
Entonces tomaba un hacha al lado de una loma de carbón
y se ejercita para recordar sus tiempos de aprendiz de carbonero
junto a su padre, quien lo despertaba en noches de frío
para que se calentara al lado del horno.
Su condición
cosmopolita, que cayó sobre él sin aviso, cuando
empezó a viajar en 1999, no lo privó de sus costumbres,
como comer guayabas con sal. «Todas las frutas las como
con sal, guayabas verdes y maduras, mangos, cualquier fruta»,
aclara.
El grupo con el que
grabó sus dos discos está integrado por familiares.
Mientras grababa el segundo cd, en los estudios habaneros Abdala,
bajo el sello Lusafrica, Polo Montañez tomaba aquello
como una aventura, en parte porque se divertía con Gladys,
la cantante, una sobrina política, y con Luisito, el
cantante, su sobrino. Su compañía, se notaba,
le inspiraba confianza y hasta seguridad, y eso le proporcionaba
un trabajo más grato.
Son esas pequeñas
cosas que lo hacian vivir de frente a una realidad que no estaba
dispuesto a cambiar ni siquiera cuando tenía que pasar
unos días grabando en La Habana. En
lugar de hospedarse en algún sitio de la capital, cada
noche, aunque sea entrada la madrugada, regresa en auto a Candelaria,
en Pinar del Río, a dormir en casa, y regresa por la
mañana a seguir grabando. Los olores de sus parajes,
la familia, los árboles, la vista del paisaje, todo eso
lo involucraba demasiado en su yo como para dejarse tentar por
la modernidad y la frivolidad.
Hoy Polo Montañez
no está físicamente con nosotros, un trágico
accidente automovilístico cegó su vida. Es imposible
negarlo si se está en el municipio pinareño de
Candelaria, en el occidente de Cuba.
Allí nació el cantante, allí fue ídolo
de gente humilde y allí está su tumba, visitada
incluso por niños, como si fueran a descubrir algo en
el patio de su casa. No entienden que algo tan raro como la
muerte les haya quitado a alguien con tanto para darles, y van
al cementerio cinco meses después del deceso del cantante
con las mismas ropas con que andan en sus casas, y la primera
flor que arrancan de un jardín, casi siempre a escondidas.
En las calles de Candelaria, el segundo disco del artista, Guitarra
mía, es el más escuchado. ¿Oíste
las últimas canciones de Polo?, te preguntan a pocos
minutos de encontrarte con alguien que hace tiempo no veías.
Si dices que no, de inmediato una grabadora las reproduce. Si
respondes afirmativamente, es inevitable un comentario sobre
las composiciones. Así,
por ejemplo, sabes por afirmación o suposición
popular que el artista presintió el fin de sus días,
por el canto de cisne que encuentran en la pieza La última
canción, cuando dice: "el único futuro de
mi vida debe ser/, creo que debe ser extraño/ No creo
que la suerte ahora me venga a sonreír/ después
de haber vivido tantos años".
El autor de Un montón de estrellas fue el tercer intérprete
cubano en recibir un Disco de Platino, luego de Silvio Rodríguez
y Pablo Milanés, y el único en vender 29 mil copias
de su primer álbum. Todo eso, junto a la simpatía
y asombro que despertó en quienes supieron de él
no importa cómo, justifica la frase de la lápida
que faltó en el entierro por lo repentino de su despedida:
Polo Montañez, como nunca nadie.
Fragmentos tomados de la entrevista
de Mario Vizcíno Serrat. |