Guillermo Franco Salazar ( Trinidad, Sancti
Spiritus, 1925) Médico cubano graduado en 1949, Especialista
de II Grado en Medicina Interna. Autor de varios libros de Medicina.
Profesor de Medicina de la Universidad de La Habana.
Estos son relatos amenos, interesantes y refrescantes,
que logran atrapar la atracción del lector por su contenido
humano. Su brevedad impide que nos fatiguen y nos transmiten
en forma agradable sus experiencias:
Las Palizas a
Hércules
La Pusilanimidad
Hércules Piedrahita fue un sólido
mocetón de treinta y dos años con una apariencia
física que le hubiera envidiado Hércules en persona.
Nada hacia presumir que semejante personaje se viera en la imperiosa
necesidad de acudir en forma constante a mi consulta en el viejo
Hospital Mercedes en la barriada de El Vedado.
Dedicado a labores muy arduas y acostumbrado a cargar sacos
de azúcar de trescientas veinticinco libras sobre sus
anchas espaldas y, a veces un saco del mismo peso bajo cada
brazo , era uno de los estibadores del puerto de La Habana mas
estimado por su fortaleza y por su hombría de bien; creo
semejante persona merecía una familia feliz y orgullosa
de su tronco familiar. Su esposa en cambio albergaba otras ideas.
Josefina Durañona, Fina para el afecto
de sus seres queridos, tenia una presencia que efectivamente
amenizaba con su apelativo familiar. Apenas llegaba a las cien
libras de peso, de mirada hosca, rostro y extremidades huesosas,
inspiraba cualquier cosa menos el deseo de poseerla, y de ninguna
manera podía sospecharse que disponía de tremenda
fortaleza física, que sabia utilizar cuando las circunstancias
lo requerían, exigencias que, por lo que veremos adelante,
se presentaban con harta frecuencia.
Las consultas con aquella curiosa pareja formada por un exponente,
por lo menos en apariencia , de la virilidad y la fuerza física
y una caricatura casi grotesca de la femineidad, siempre me
resultaban agradables.
El tono plañidero de Hércules
y la firmeza de Fina hacían un contraste muy enriquecedor.
El, con sus perennes quejas y síntomas, tan diversos
en su ubicación como en su naturaleza, y ella autoritaria,
desdeñosa, me imaginaba que pensando y preguntándose
con cual finalidad la naturaleza había dotado a su marido
de tan formidable aspecto si, en realidad, nunca se sentía
bien.
Las cosas se aclararon una día que Hércules acudió
a la consulta sin su entrañable esposa. Lo había
hecho a escondidas, en una de sus muy escasas salidas no controladas
por Fina. En esa, una de sus ultimas entrevistas conmigo, mi
estimado Hércules se franqueo de forma muy singular.
Doctor, me dijo, ahora que estamos solos, quiero
que sepa cosas que usted ignora. Fina me pega despiadadamente
y en forma especial en la boca del estomago. Yo la quiero mucho,
la perdono y comprendo sus razones, porque ella cree que tengo
relaciones con otras mujeres, aunque no le doy motivos, sus
celos la tornan violenta y, puede usted creerme, a pesar de
su apariencia frágil, sus golpes son de una gran contundencia.
Me imagino que de esos golpes salen mis molestias digestivas
y yo le ruego que me extienda un certificado medico haciendo
constar que estoy muy delicado de salud, para mostrárselo
a ella y ver si, de esa manera, no me pega en lo adelante. Se
lo agradeceré mientras viva, porque ya no puedo mas,
Doctor se lo ruego, ayúdeme.
Por supuesto, tal certificado no podía
ser expedido, convinimos en una transacción: ella acudiría
a mi consulta y recibiría mis consejos.En efecto, unos
días después Fina se encontró conmigo y
acordamos que, en lo sucesivo, ella esparciría las golpizas
y dirigiría sus golpes a zonas menos vulnerables.Ignoro
si Fina cumplió su promesa. Espero, por el bien y la
salud de Hércules, que ella haya honrado su palabra.
Esta anécdota confirma una de mis convicciones:
la fuerza es de quien la usa, no importan las apariencias.
Ruidos musicales
La Senectud
Don Luciano y Don Petrucio fueron hermanos
gemelos y se profesaban un entrañable afecto. Tanta compenetración
existía entre ambos que las molestias de uno, solían
compartirse por el otro. Siempre concurrieron juntos a mi consultorio,
y a sus 84 anos de edad se desenvolvían en forma muy
activa, sobre todo en las áreas del entretenimiento y
de la cultura.
En una de sus tradicionales visitas, Don Luciano me refirió
una molestia. Por esta vez, no solicitaba un simple chequeo
de su salud. Le molestaban sobremanera ruidos en los oídos,
especialmente del lado derecho, los que gozaban la propiedad
de transmitirse al hermano. Dichos ruidos tenían un carácter
musical, estaban formados por notas muy coherentes y nítidas.
Trate de convencer a los mellizos, de que
a la edad de ellos, esas molestias que nosotros llamamos acúfenos,
son compatibles con cambios estructurales del complejo aparato
de la audición y, en no menor medida, de la circulación
que sustenta su funcionamiento, explicación como era
de esperar acogida con indiferencia.
A continuación, me dispuse a recomendarles
un fármaco que en casos similares había sido de
utilidad, no sin advertirles que me sorprendía la originalidad
de sus ruidos. Ninguno de los dos hermanos mostró satisfacción
alguna, cuando les asegure que sus molestias desaparecerían
o, al menos, se atenuarian.Era evidente que existía cierta
ambivalencia: sufrían con los ruidos y al mismo tiempo
parecía que los disfrutaban. Cuando le hice las indicaciones
a Don Luciano, le advertí que no me gustaba abusar de
los medicamentos en personas de edad avanzada, lo que parece
que no fue de su agrado.
Volvimos a vernos a las seis semanas, y tan
pronto nos saludamos, ambos hermanos comenzaron a reprocharme
de esta guisa: Mire Doctor, cuando le consulte la vez anterior,
le advertí que oía notas musicales. Yo soy un
aficionado a la música clásica y no me pierdo
un concierto. Lo que no expliqué en esa oportunidad fue
que las notas que yo escuchaba, formaban parte de una sinfonía
de mi compositor preferido, Mozart.
Tan pronto como inicie su tratamiento note
que los ruidos no mejoraron, pero las notas cambiaron por completo.
Ahora tengo una guaracha constantemente en el oído. Comprenderá
Usted que el perjuicio que me ha causado su tratamiento es mucho,
porque he pasado de la música sinfónica, música
culta, a la música popular que detesto.
Por favor, no intente curarme los ruidos, pero
haga algo para que yo vuelva a escuchar las notas de Mozart.
No quiso traicionar a los clásicos.
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