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Ángeles Gómez 4 de enero de 1999
"Autopsia, control de la medicina"
 Disponible en: http://www.diariomedico.com/anpatologica/n040199.html

Catedrático de Anatomía Patológica, maestro de otros cinco catedráticos y dos números uno del MIR, Horacio Oliva fue investido el pasado 10 de diciembre doctor Honoris Causa de la Universidad de Granada, junto con Ciril Rozman. En una entrevista con DM recuerda sus comienzos y cómo ha ido cambiando la especialidad en los 41 años transcurridos desde que ocupó su laboratorio en la Fundación Jiménez Díaz.

"La autopsia es el mejor control de la medicina. Cuando no las hay, es porque la medicina no quiere que se le controle. La cuestión es saber qué tenía el enfermo y de qué murió. Una autopsia exige un dominio grande de la anatomía, una gran delicadeza y, sobre todo, una mente muy lúcida". Esta afirmación refleja parte del sentido que tiene de su especialidad el catedrático de Anatomía Patológica Horacio Oliva, investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada, en reconocimiento a sus aportaciones a la patología española, como es la introducción de la microscopia electrónica.

Su vocación era ser futbolista -llegó a jugar dos partidos como amateur en el Sevilla-, pero la tradición médica que había en la familia le obligó a colgar las botas. Hijo de un ginecólogo, con 14 años acompañaba a su padre a asistir partos -"era maravilloso, pero también eran terribles los partos atravesados y asistidos por fórceps"-, experiencia que le animó a seguir los pasos de su progenitor. Lo que ignoraba en esos años es que poco después, en 1957, el profesor Carlos Jiménez Díaz le marcaría su futuro. "El hecho de que mi tío, Enrique Oliva, fuera el jefe del Servicio de Anatomía Patológica del Marqués de Valdecilla, de Santander, unido a que en la recién fundada Clínica de la Concepción no disponía de este servicio, llevó a don Carlos a encargarme este departamento".

Nuevos tiempos

Desde entonces, hace 41 años, Oliva sigue ocupando, ininterrumpidamente, "el mismo espacio físico", presidido por su inseparable microscopio, y sus recuerdos colgados en la pared: una foto manuscrita de Ramón y Cajal ("legado de Fernando de Castro, descubridor del glomus carotídeo"), un dibujo de su fallecido hijo Pablo, un cuadro de su hija Karen y una fotografía de Oliva con Jiménez Díaz.

Presume de que "a este laboratorio podía venir todo aquel que quisiera ser patólogo. Aquí llegamos a cohabitar hasta 14 especialistas, algo inusual para la época, caracterizada por el hermetismo de estos departamentos".

Subraya que la Guerra Civil "cercenó políticamente las dos escuelas de patología que había en España: la de Cajal y Tello y la de Pío del Río Hortega. Estábamos sin maestros. Para agravar más el panorama, determinados médicos y cirujanos habían convertido a la Anatomía Patológica en una especialidad servil, hasta el punto de que era famoso el hecho de que la mayoría de las cátedras tenía su propio servicio de Patología, y por lo tanto, sus propios diagnósticos".

A pesar de los recuerdos, la pantalla del ordenador, "sin el que no puedo vivir", revela el talante abierto del catedrático, condición que demostró al introducir la microscopia electrónica, "un paso que nos llenó de ilusión, pero que al cabo de los años reveló que sólo abría un nuevo mundo morfológico. La verdadera revolución fue la aparición de la inmunohistoquímica".

Curación del cáncer

Se confiesa fascinado por la extraordinaria revolución que está causando la biología molecular, pero no vacila en afirmar que "mi experiencia me dice que en el momento en que tenga una incidencia real, será nefasto. Cuando cada uno tenga un sello de lo que le va a ocurrir, será una sociedad mediatizada y terrible que yo no quiero vivir".

No comparte el optimismo de otros compañeros sobre la futura curación del cáncer, "una palabra que sólo pronunciarla produce enfermedad". Argumenta el constante incremento de cancerígenos a los que estamos expuestos y que "muchos carcinomas son imposibles de detectar en sus comienzos. Hasta el momento, el diagnóstico precoz se hace en muy pocas ocasiones". No obstante, reconoce que "en el desarrollo del cáncer hay factores psicológicos que se nos escapan y de los que la medicina galénica no habla".

A punto de jubilarse, confiesa que lo que más le gusta de su profesión es enseñar a la juventud, y por eso le disgusta "tener que dejar de ejercerla".

 

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Actualizado: 05/08/2003