El aneurisma fusiforme de la arteria basilar, más recientemente llamado dolicoectasia basilar, en sustitución de este y otros términos, como megadolicobasilar y dolicomegalia arterial (
5), no tiene una etiología definida, aunque se considera que la mayoría de los casos que aparecen en los adultos son secundarios a procesos ateroscleróticos (
6) , (
7), donde ocurre una infiltración lipídica difusa de la pared arterial con atrofia de la elástica y la muscular y posteriormente dilatación y alargamiento arterial por la presión
intravascular (
8). Sin embargo, a pesar de la gran frecuencia con la que se presenta la aterosclerosis en el adulto, el hallazgo de la dolicoectasia basilar es raro. Algunos autores plantean que debe existir un defecto de la elástica con la influencia ulterior de factores como la edad, la hipertensión arterial y la arteriosclerosis (
9), factores de riesgo presentes en nuestro caso. En pacientes jóvenes la etiología se asocia fundamentalmente a anomalías
congénitas locales (
10).
Los aneurismas ateroscleróticos intracraneales pueden encontrarse con relativa frecuencia, como hallazgo, en las necropsias; sólo en ocasiones, dependiendo del tamaño y de la localización, o si se rompen, producen síntomas específicos. Según PedroPons (
1), los aneurismas del tronco basilar y de las arterias vertebrales son los de mayor tamaño y su forma compresiva es de
diagnóstico clínico muy difícil. Por lo común, evolucionan como un tumor de fosa posterior o de la región bulboprotuberancial con afectación difusa de los pares craneales V a VII del mismo lado.
Existen formas paucisintomáticas que se manifiestan únicamente con neuralgia facial aislada o vértigos menieriformes. No existe predilección por el sexo, pero su incidencia en relación con la edad es muy variable, pues cuando el aneurisma es secundario a un factor displásico aparece en edades tempranas de la vida, mientras que si son producidos por aterosclerosis son más frecuentes
en edades medias y avanzadas. De forma general existe un consenso en que la probabilidad de aparición de esta enfermedad aumenta con la edad (
2).
Más recientemente se ha consignado que la dolicoectasia basilar puede ser clínicamente asintomática (
2) , (
11) o manifestarse por cuadros isquémicos focales del territorio posterior, por síntomas de compresión del tercer y cuarto ventrículos o por trastornos cognitivos (
12). Los cuadros isquémicos constituyen la manifestación más frecuente de la dolicoectasia basilar y son secundarios a trombosis basilar, oclusión de las arterias perforantes o embolia
arterioarterial de dichas ramas perforantes o de ramas distales (
13). Presentan un mal pronóstico, tanto por la gravedad del cuadro como por su recurrencia (
14).
El diámetro de la luz de la arteria basilar debe sobrepasar 4,5 mm para poder considerar que existe ectasia o dilatación en la misma (
15). La necropsia de nuestra paciente demostró un diámetro aneurismático de 31 mm, por lo que se considera como un aneurisma gigante. Otros criterios diagnósticos que se han utilizado son aquellos para la gradación del desplazamiento lateral de la
arteria basilar y de su bifurcación mediante una exploración con tomografía computarizada (TAC) cerebral, que se han modificado para su uso en imágenes por resonancia magnética (RM) (
6) , (
13).
El aneurisma intracraneal no roto ‘es de diagnóstico clínico muy difícil, aunque a veces constituye un hallazgo; sin embargo, con el desarrollo del diagnóstico por imagen se ha dado un salto cualitativo muy grande en beneficio del paciente, pues en ocasiones, con sólo sospechar la compresión de alguna estructura nerviosa, se indica un examen por imagen. Desgraciadamente, nosotros
no podemos mostrar las imágenes tomográficas porque el equipo de nuestro hospital provincial estaba averiado y el más cercano quedaba a 150 km de distancia, recorrido que no podíamos hacer por el estado de la paciente. No obstante, estamos convencidos de que todos los profesionales de esta rama coinciden en que la TAC hubiera sido el primer examen complementario específico a indicar en este caso, pues su sintomatología y el examen físico sugerían fuertemente un proceso de origen intracraneal; además, tiene una
utilidad demostrada en este sentido (
6) , (
7). Vannemreddy et al (
2) plantean que, en caso de sospecha clínica, el uso juicioso de la TAC, así como de otro método no invasivo de neuroimagen, es extremadamente útil para establecer el diagnóstico.
En nuestra paciente los tres elementos etiológicos planteados deben haber jugado un importantísimo papel en la aparición de los eventos isquémicos, pues obsérvese
Fig_2 que la luz arterial es prácticamente imperceptible (trombosis basilar), existía obstrucción de las arterias perforantes (compresión por el aneurisma) y la embolia arterioarterial de las perforantes desde la basilar pudo haber sido la responsable del clímax de los síntomas. Además, la propia compresión del aneurisma sobre el tejido cerebral puede haber influido en la aparición de la insuficiencia respiratoria por compresión de los núcleos nerviosos a ese nivel.
La disfagia, la disartria y la paresia del velo del paladar izquierdo parecen deberse a un evento vascular isquémico previo.